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¡Se acabó el pisto! ¡Ya no hay plata!

Friday 03 September, 2010


Eduardo Villatoro
La Hora, Guatemala
 
Lo he dicho más de una vez y lo repito hoy. Guatemala es uno de los países mas ricos del mundo y con una insólita capacidad de mantener esa riqueza o de recuperarla, pese al saqueo de los recursos del Estado, tarea a la que se dedica sin mayores esfuerzos altos y medianos funcionarios públicos de todos los gobiernos que se han sucedido en el poder desde hace muchas décadas.
 
No se requiere elaborar un exhaustivo análisis o un profundo estudio de las finanzas públicas para establecer, aunque sea empíricamente, que cada cuatro años cuando hay relevo en las encumbradas esferas del Organismo Ejecutivo,  un indeterminado número de guatemaltecos que cuando abandonan voluntaria o forzosamente sus cargos, ya cuentan con nuevas y muy bien amuebladas residencias ubicadas en condominios exclusivos para un sector de la oligarquía o la plutocracia, han realizado depósitos bancarios en el extranjero, sus hijos estudian en establecimientos con elevadas colegiaturas, ostentan relojes de lujo, se visten con trajes de casimir italiano, sus esposas o parejas sentimentales (como les dicen ahora a las queridas) calzan zapatos y se cubren con ropa adquirida en Nueva York o de perdida en Miami, ya pueden ir los fines de semana y asuetos a sus casas de descanso en Pana (para decirlo con estilacho), 11 cultivan amistades de familias criollas, pero que no dejan de verlos sobre los hombros, y, en fin, han escalado económica y socialmente.
 
Les suceden en los ministerios de Estado o en instituciones descentralizadas nuevos burócratas o tecnócratas que de inmediato se percatan que sus antecesores dejaron vacías las arcas de sus despachos; pero también llevan con el olfato al aire para husmear y descubrir la forma como pueden salir de la pobreza y emerger de la clase media avergonzada, y comienzan a recibir comisiones, donativos o como se les quiera llamar a los ingresos extras, suficientes para cambiar forma de vida, en complicidad con contratistas del Estado.
 
Y así cada cuatro años. No importa el signo del partido político, la inclinación ideológica (si la hubiere) de sus dirigentes, su pasado familiar, su creencia religiosa. No hay estorbos, escrúpulos, valladares que no sean capaces de vencer, con las consabidas y rarísimas excepciones que confirman la regla. Para eso llegaron al poder, y el Estado cuenta con suficientes recursos para saciar el apetitivo de los nuevos funcionarios.