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De nuevo la corrupción

Thursday 22 December, 2011


A. Linette Taboada
Prensa.com, Panamá

“El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”, lord Acton. Hay tantas experiencias acumuladas sobre este tema, que quedan pocas dudas sobre este aleccionador axioma. Corrupción, según la Real Academia Española es “la práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores”.

Alexis de Tocqueville (1805-1855), politólogo y funcionario del Gobierno de Francia, en su libro La democracia en América, Vol. 1 (año 1835) –tras un viaje realizado a Estados Unidos en 1831, para estudiar las instituciones políticas de ese país– entra a comparar ambos regímenes, el de Estados Unidos (democrático) y el de Francia (aristocrático).

Uno de sus análisis que aún hoy día guarda similitud y nos ayuda a entender sus motivaciones es el virus de la corrupción. Quizás este escrito nos ayude a entender el porqué de esta condición, virus o fenómeno gubernamental. Ella llega a convertirse en un vicio contagioso y difícil de erradicar. Para muchos ciudadanos es una práctica inmoral y un delito flagrante que nadie castiga, porque todos cuando lleguen al poder quieren hacer lo mismo.

Para Tocqueville, en todo régimen democrático llegan al poder personas que tienen sus fortunas por hacer y, lo que desea en realidad ese gobernante es hacer su patrimonio. En las democracias las personas que llegan al poder pertenecen a partidos políticos o a una alianza por la cual trabajaron en campaña. Por lo general, no son personas con mucho dinero ni siquiera se puede hablar de que son personas que pertenecen a esos partidos por convicción o siguiendo una doctrina política; llenan un espacio político para las necesidades de los más grandes (para sus siguientes aspiraciones), buscan hacer fortuna con esa complicidad a cambio de salarios jugosos y proyectos millonarios. La corrupción está con el ejercicio de las funciones del Gobierno, o sea, está en el poder; en el poder que se ejerce desde el puesto más pequeño de una institución hasta el funcionario de mayor jerarquía de esa institución y de la nación.

Según Tocqueville, “en la democracia la corrupción daña más al tesoro público que la moralidad de los funcionarios”, a ellos le va bien eso de que “el fin justifica los medios” y la moralidad para ellos no es importante, la corrupción los ciega, no ven ni les importa nada, ni el qué dirán ni los titulares de las noticias, saben que sus ofensas a la nación no serán castigadas, la impunidad reinará. En las aristocracias, sin embargo, la corrupción dañaba más a la moralidad del aristócrata que al tesoro público. Para la aristocracia, que ya tiene su fortuna hecha, lo que más les importa es cuidar su apellido, su linaje y su dignidad, cosa que no se conoce en los gobiernos democráticos, en los que, en su mayoría, es la plebe la que reina.

Las grandes corrupciones se dan donde el Gobierno está concentrado en pocas manos y donde el Gobierno sea el responsable de realizar las más grandes tareas, obras o inversiones. A gobiernos grandes y concentrados, mayor corrupción del gobernante y viceversa.

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