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Fallos del mercado y del Estado

Monday 04 October, 2010


Francisco Íbero
La Prensa, Panamá

Salvo anarquistas y comunistas, los segundos con excepciones, todos asignamos un rol legítimo al Estado y al mercado. Las diferencias están en las magnitudes respectivas. Mis convicciones pueden sintetizarse así: Tanto mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario. Tengo preferencia por la interacción voluntaria, lo que no me impide considerar argumentos en contrario.

El mercado nos aparece engañosamente simple, pero es altamente complejo. Ambas circunstancias explican, en cierta medida, nuestra tendencia a fijarnos más en los fallos del mercado que en sus éxitos, y a esperar de la intervención del Estado lo que difícilmente puede dar.

En días pasados, un economista decía que, como había asimetría de información entre vendedores y compradores, el Estado tenía que suplir la brecha de información. Su argumento no me convence. Primero, el comprador tiene muchas formas de eliminar o reducir la asimetría. Segundo, porque implica un ejército de funcionarios con sus costos respectivos. Y tercero, porque el consumidor puede ejercer su iniciativa y formar asociaciones que respondan a sus necesidades.

Preguntas que debemos hacer para evaluar el mercado. ¿Es razonablemente libre? ¿Existen leyes o regulaciones que hacen más difíciles o costosos los intercambios voluntarios? ¿Existe un sistema judicial confiable y rápido que resuelva los inevitables conflictos? ¿Existen procedimientos burocráticos que hacen lenta o costosa la creación de empresas? ¿Interviene el Estado en la economía para crear ganadores o perdedores mediante subsidios, leyes preferenciales, impuestos diferenciales u otros mecanismos? ¿Están bien definidos y protegidos los derechos de propiedad?

Durante los dos últimos años, muchos economistas, políticos y comentaristas locales han atribuido el contraste entre la crisis financiera en Estados Unidos y su ausencia en el mercado panameño al hecho de que aquí tenemos abundantes regulaciones y allí no. La realidad es la contraria. Nuestro mercado financiero tiene menos regulaciones y es más libre. No tenemos banco central que manipule las tasas de interés. Tampoco leyes que obliguen a dar préstamos a quienes no califiquen. No tenemos una compañía estatal que garantice los depósitos bancarios. Tampoco existen monstruos financieros con privilegios públicos. Y sobre todo, no hay ninguna garantía, explícita o implícita, de que el Gobierno rescatará a un banco si toma decisiones equivocadas.

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