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La cultura del fraude

Monday 07 November, 2011


Guillermo Rothschuh Villanueva
El Nuevo Diario, Nicaragua

I. Contexto histórico-político. El fraude en todos sus géneros y variantes se ha convertido en una sólida institución que llevará tiempo desterrar. Como una pandemia ha terminado enquistándose por todos los intersticios de nuestra sociedad. El fraude y su secuela de corrupción tal vez sea la peor herencia somocista. Sus síntomas son puestos al derecho y de revés por Pablo Antonio Cuadra, José Coronel Urtecho y Pedro Joaquín Chamorro, por citar a tres personalidades de la cultura y política nacional.

Los estudios de Cuadra sobre “la guatusa”, ese gesto procaz que todos percibimos por muy escondida que este la mano bajo la bolsa del pantalón, alcanza una dimensión patética ante las mudanzas de significado que adquirieron las palabras durante el último decenio del somocismo y no menos dramática la manera que Chamorro registra en sus editoriales la burla a que era sometido el pueblo nicaragüense cada vez que era llamado a depositar su voto para escoger a sus autoridades nacionales.

La dimensión política es la más visible y rotunda. El descrédito de la clase política no es un hecho reciente. La expulsión del somocismo mediante una insurrección armada, entre otras razones obedeció a que nadie creía ya en la posibilidad real de bajarlo de la silla mediante una justa electoral. Decidido a mantenerse en el poder más allá de lo establecido en la Constitución Política, el general Anastasio Somoza Debayle, buscó alianzas con el doctor Fernando Agüero Rocha, para salvar el impedimento que tenía. Instalaron una Asamblea Nacional Constituyente para que elaborara un nuevo estatuto jurídico que le permitiera continuar como presidente de Nicaragua. El viejo Tacho había enseñado a sus hijos que cada vez que enfrentasen estos problemas, recurrieran a los conservadores, ávidos por participar en los repartos de poder en que degeneran los pactos y componendas políticas. Agüero fue la regla no la excepción. Desde entonces –marzo de 1971- dilapidó su enorme carisma e hipotecó el gran ascendiente político que tenía sobre los nicaragüenses.

Pero quien mejor traza el itinerario completo de los fraudes somocistas es Pedro Joaquín Chamorro, en su condición de periodista y como opositor tenaz a los desmanes de la familia dinástica. Pedro Joaquín pulsa a fondo las elecciones para mostrar el pus que destilan y las llagas incurables que dejan sobre el rostro envilecido de la patria. Cuando se embarcó en la invasión armada de Olama y Mollejones -1959-, lo hizo porque estaba persuadido que el somocismo nunca se iría si continuaba controlando todos los poderes del Estado, y contando los votos las veces que montaba remedos electorales para dar visos de legalidad y legitimidad a sus pantomimas. Los Somoza cuidaban las formas. Jamás se saltaron las trancas de la reelección si antes no procedían a darles un caretazo de legalidad. Si la Constitución Política prohibía la reelección buscaban como reformarla en el mismo seno de la Asamblea Nacional.

Como cada elección era un montaje que no satisfacía los deseos de cambio que demandaban las mayorías, hubo un momento que el pueblo se cansó de tanto engaño. Los encargados de contar los votos, puestos por ellos en esos cargos, lo hacían de forma fraudulenta. Debido al desprestigio del Partido Conservador de Nicaragua, durante las elecciones de 1947 cedió su casilla al Partido Liberal Independiente, -nacido tres años antes de una fractura del Partido Liberal Nacionalista- para que corriera como presidente el doctor Enoc Aguado. No contento con birlar el triunfo del PLI y de instalar a Leonardo Arguello, el candidato derrotado, Somoza García lo depuso 20 días después mediante un golpe de Estado.

Convenció a los conservadores que les entregaría el poder. Triste momento. Permite comprobar que Emiliano Chamorro había capitulado a favor de Somoza García, inclinando la balanza a su favor a través de los diputados que controlaba en el Congreso de la República.

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