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La economía corsaria

Monday 18 October, 2010


Edgar Gutiérrez
El Periódico, Guatemala

Por  Guatemala transitan unas 400 toneladas de cocaína, o casi el 90 por ciento del consumo en EE.UU.; las incautaciones no llegan al 1 por ciento. En la ruta sur-norte el precio de la droga se multiplica varias veces. Un kilo de cocaína en Colombia está en unos US$2 mil 500; aquí oscila entre US$10 mil – US$12 mil. Hablamos de volúmenes de droga y dinero suficientes para alterar la vida del país y sus instituciones.

Nuestra economía real no es muy dinámica y su productividad se ha estancado, pero goza de envidiable estabilidad de precios. La última crisis financiera global apenas la tocó. Claro, hubo buenos precios de las exportaciones, aunque la contribución al empleo fue pobre. Se atribuye la estabilidad financiera al manejo prudente macroeconómica y a las remesas familiares. Pero se omite el impacto de la economía corsaria e ilícita en general que, de acuerdo a los diferentes cálculos, va entre del 10 al 20 por ciento del PIB.

En la última década se expandió la rama inmobiliaria (condominios de lujo deshabitados, inmensos moles y edificios comerciales; crecen como hongos en las principales ciudades y son lugares preferidos de paseo familiar: aprecian las vitrinas, no compran). Además de bienes de consumo, los narcotraficantes han invertido en la compra de haciendas de ganado, cadenas de gasolineras, firmas constructoras y hasta hidroeléctricas. Ahora hasta compran deudas a contratistas del Estado.

La mano de obra de la construcción elevó su cotización en el mercado pues tiene mucha demanda en oriente, sede de los barones tradicionales de la droga, donde edifican suntuosas mansiones y las fachadas de las bodegas donde guardan la cocaína. En Mixco viven los constructores más reputados. En los últimos dos años ya no se les encuentra, emigran por temporadas al oriente, donde reciben su paga en dólares. Los pobladores en oriente tienen a los narcotraficantes como grandes empleadores y financistas de una multitud de pequeños negocios.

La actividades derivadas del narcotráfico se intensifican en cadena: la infraestructura demanda materiales de construcción y mano de obra calificada; el consumo suntuario; dispositivos de seguridad e información más grandes y sofisticados. Hay una economía nueva propia de los míticos puertos corsarios. Esa injerencia altera dinámicas del mercado. Un campesino en Ixcán obtiene una paga equivalente al doble del salario mínimo por guiar con lámpara nocturna la pista de aterrizaje de la avioneta que transporta droga, un trabajo que le consume dos horas apenas.


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