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Panameñizar Panamá

Tuesday 29 November, 2011


Paco Gómez Nadal
Prensa.com, Panamá

El tema no está en la agenda de Panamá, ni de la mayoría de países, pero es fundamental. El modelo de gobierno, de relaciones humanas, de desarrollo, de economía, de moral... todos están infectados por la colonialidad, por esa forma de ver y gestionar el mundo establecida desde la invasión de Abya Yala y perfeccionada durante los siglos XVII y XIX.

El alma colonial es la de un hombre, blanco, católico, heterosexual, patriarcal y capitalista. Por eso, entre otras cosas, discriminamos y violentamos a la mujer, los afrodescendientes, los indígenas, los homosexuales, las lesbianas o los transexo, o a los que intentan modelos económicos comunitarios de no acumulación.

Lo aceptado es lo que la colonialidad nos ha enseñado y es tan estructural ya que las propias víctimas del modelo lo reproducen. Mujeres que quieren ser hombres cuando llegan al poder; homosexuales que reproducen los peores patrones patriarcales o familiares; indígenas o afros que se blanquean y que discriminan a sus iguales, o comuneros que, en cuanto pueden, se convierten en microempresarios.

Si el modelo se perpetúa con esta virulencia es porque los sistemas de socialización (educación-medios-familias-iglesias) lo promocionan, lo imponen, lo divulgan, lo defienden con uñas y dientes. La colonialidad del pensamiento –y, más allá, la colonialidad del ser, como diría Nelson Maldonado-Torres– está enquistada en los programas escolares, en las universidades, es vomitada desde los púlpitos y retransmitida en directo por las televisoras.

Por esto, descolonizar (nos) es una tarea urgente, imprescindible, titánica... de una profundidad jamás antes visualizada. En estos días, revisando documentación sobre la violencia contra la mujer, leía un texto de Silvia Rivera Cusicanqui, la magnífica socióloga aymara, en la que criticaba cómo los excluidos del modelo buscan copiar los modos del opresor y reclamaba la necesidad de descolonizar (se). Es en su país, Bolivia, donde más se ha avanzado en este terreno. El esfuerzo genera –y generará– fricciones de dimensiones incalculables. Retar a la genética cultural-estructural, a los modos de ejercer el poder en los entornos personales y en los sociales, es mentar a la madre. Y hay mucha gente que reacciona con violencia cuando le ponen el espejo que muestra su verdadera –y fantasmal– imagen.

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